El buen arte, además de eterno, es universal, como el talento o la vitalidad, y para él no hay más fronteras que las tendencias o las modas cambiantes que, por efímeras, vienen a ser nubarrones que pasean el cielo o cauce del río que recorre su mansedumbre hasta desembocar y perderse en el mar. Por eso hay un arte pasajero, sujeto almercado de cambalache y otro arte, como el que practica Santos Hu , que aunque se nutre en su contrucción del saber generado por los artistas clásicos, no toma los vicios del academicismo retórico y sí, en cambio, se adapta el curso evolutivo de la modernidad, porque el concepto de “vanguardia” – ya me he referido a ello en otras ocasiones – no es sólo privilegio de quienes han hecho de la mancha o del gazpacho matérico bandera exclusiva. También desde el realismo se puede hacer “vanguardia”, que no es otra cosa que el hallazgo de nuevas formas de presentar la realidad palpable, de adaptarla en la grafía de la pintura a nuestros tiempos. Así es como un bodegón de Santos Hu, aún conservando el espíritu y el cuerpo en el dibujo y en la forma, no se parece en nada a otro de Zurbarán, o de Sánchez Cotán, o de Meléndez Valdés, porque, sin desmerecerse entre sí, su creación está situada en un tiempo distinto y toma de él los recursos propios de su época, enriqueciéndose con nuevos conceptos visuales de contemporancidad.